Agua:
El cambio en los patrones de lluvias y el aumento del nivel del mar significa que algunas áreas se volverán propensas a la sequía mientras otras se verán inundadas. Ambas situaciones tienen nefastas consecuencias para el acceso al agua potable. Esto, a su vez, significa la posibilidad de propagación de enfermedades transmitidas por el agua como el cólera y la diarrea, que mata casi dos millones de niños al año.
Desnutrición:
Es de esperarse un aumento en el hambre y la desnutrición en la medida que se incrementen los fenómenos meteorológicos extremos que destruyan cultivos, cambien los patrones de infestación de plagas en los cultivos y la sal infiltre las áreas inundadas de la costa
Temperaturas extremas:
Las olas de calor pueden matar a miles. En agosto de 2003, el verano europeo estuvo aproximadamente 3.5 grados Celsius por encima del promedio y se estima que 45.000 personas murieron en dos semanas.
Aire contaminado:
El cambio climático también puede empeorar la contaminación del aire. Tanto la temperatura como la humedad influyen en la manera como se forman los contaminantes del aire y las partículas finas, y la evidencia sugiere que esas partículas finas contribuyen a la aparición de enfermedades respiratorias (como la neumonía, el asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica), especialmente en los niños. La OMS estima que 800.000 mil personas mueren cada año debido a la contaminación del aire exterior.
INSECTOS:
Un área de preocupación particular es de qué manera podrá afectar el cambio climático a la propagación de enfermedades transmitidas por insectos. Entre ellas están la fiebre del dengue, la malaria, la enfermedad de Lyme, el virus del oeste del Nilo, la fiebre del valle Rift, la chikungunya y la fiebre amarilla. Se propagan a través de la picadura de 'vectores' como mosquitos, garrapatas y pulgas.
Actualmente los investigadores concentran la mayor parte de su atención en la fiebre del dengue y la malaria, en parte debido a que esas son enfermedades prevalentes, pero también porque los brotes parecen estar asociados al clima. El incremento de las lluvias en áreas normalmente secas, por ejemplo, puede crear charcos de agua donde se crían los mosquitos.
Pero la relación entre el clima y las enfermedades transmitidas por insectos distan de ser simples. El mismo aumento de las lluvias en zonas húmedas podría reducir la malaria al eliminar los mosquitos inmaduros. Los cambios en la temperatura también pueden tener efectos opuestos, dependiendo del lugar donde ocurran.
Hablando en un sentido general, el mosquito de la malaria digiere la sangre más rápido y se alimenta con mayor frecuencia en climas más cálidos, acelerando la propagación de la transmisión. El parásito mientras tanto, completa su ciclo de vida más rápidamente, aumentando la reproducción. En teoría pues, el calentamiento global permitiría que esos vectores se propagaran en áreas donde anteriormente no eran capaces de sobrevivir.
Para 2080, hasta 320 millones de personas más podrían estar afectadas por la malaria debido a esas nuevas zonas de transmisión. Más preocupante aún, la enfermedad también se extendería entonces a aquellas personas cuyo sistema inmunológico nunca antes había estado expuesto a la malaria, y quienes —en consecuencia— podrían ser más vulnerables.
Pero el aumento de temperaturas en regiones ya cálidas podría reducir la propagación del mosquito de la malaria al elevar las temperaturas por encima de la que los mosquitos pueden resistir. Muchos de ellos no sobreviven por encima de los 40 grados Celsius, por lo tanto las regiones donde el cambio climático empuje las temperaturas por encima de este nivel podrían ver una reducción en la malaria. Esto se ha comenzado a ver en Senegal, por ejemplo, donde la prevalencia de la malaria ha descendido en más del 60 por ciento en los pasados 30 años.
Pero un incremento en la población de los vectores no se traduce automáticamente en un incremento de la enfermedad.La dinámica de la transmisión de la malaria, por ejemplo, depende tanto de la inmunidad de la población humana como de los niveles de resistencia del parásito a los medicamentos. Otros factores ecológicos y sociales son igualmente importantes: el almacenamiento de agua y los sistemas de eliminación de excretas, las prácticas agrícolas, la deforestación, la densidad poblacional, las condiciones de vida, los programas de control y la infraestructura de salud cumplen, todos, un papel en la determinación del alcance y la propagación de la malaria.
Actualmente los investigadores concentran la mayor parte de su atención en la fiebre del dengue y la malaria, en parte debido a que esas son enfermedades prevalentes, pero también porque los brotes parecen estar asociados al clima. El incremento de las lluvias en áreas normalmente secas, por ejemplo, puede crear charcos de agua donde se crían los mosquitos.
Pero la relación entre el clima y las enfermedades transmitidas por insectos distan de ser simples. El mismo aumento de las lluvias en zonas húmedas podría reducir la malaria al eliminar los mosquitos inmaduros. Los cambios en la temperatura también pueden tener efectos opuestos, dependiendo del lugar donde ocurran.
Hablando en un sentido general, el mosquito de la malaria digiere la sangre más rápido y se alimenta con mayor frecuencia en climas más cálidos, acelerando la propagación de la transmisión. El parásito mientras tanto, completa su ciclo de vida más rápidamente, aumentando la reproducción. En teoría pues, el calentamiento global permitiría que esos vectores se propagaran en áreas donde anteriormente no eran capaces de sobrevivir.
Para 2080, hasta 320 millones de personas más podrían estar afectadas por la malaria debido a esas nuevas zonas de transmisión. Más preocupante aún, la enfermedad también se extendería entonces a aquellas personas cuyo sistema inmunológico nunca antes había estado expuesto a la malaria, y quienes —en consecuencia— podrían ser más vulnerables.
Pero el aumento de temperaturas en regiones ya cálidas podría reducir la propagación del mosquito de la malaria al elevar las temperaturas por encima de la que los mosquitos pueden resistir. Muchos de ellos no sobreviven por encima de los 40 grados Celsius, por lo tanto las regiones donde el cambio climático empuje las temperaturas por encima de este nivel podrían ver una reducción en la malaria. Esto se ha comenzado a ver en Senegal, por ejemplo, donde la prevalencia de la malaria ha descendido en más del 60 por ciento en los pasados 30 años.
Pero un incremento en la población de los vectores no se traduce automáticamente en un incremento de la enfermedad.La dinámica de la transmisión de la malaria, por ejemplo, depende tanto de la inmunidad de la población humana como de los niveles de resistencia del parásito a los medicamentos. Otros factores ecológicos y sociales son igualmente importantes: el almacenamiento de agua y los sistemas de eliminación de excretas, las prácticas agrícolas, la deforestación, la densidad poblacional, las condiciones de vida, los programas de control y la infraestructura de salud cumplen, todos, un papel en la determinación del alcance y la propagación de la malaria.